Törless había oído pronunciar el nombre de Kant no más que ocasionalmente y con una expresión como la de un santo ominoso. Y había sido llevado a pensar que Kant había resuelto definitivamente los problemas de la filosofía y que esta desde entonces había quedado como una ocupación sin sentido, igual que, como él también pensaba, ya no tenía sentido seguir escribiendo después de Goethe y Schiller.