nstruye su propia jerarquía de valores. En este contexto la frontera vuelve a perder su importancia. Lo que cuenta ante todo es la calidad de los individuos a los que quiero y la de la experiencia que me une a ellos, no el color del pasaporte que debo mostrar a los oficiales de aduanas. Aunque hay fronteras, preferimos pensarlas no como muros, sino como puentes, bisagras, conectores que permiten mediaciones y conexiones. Debido también a esta mentalidad, en Europa se renuncia a fijar fronteras que no sean provisionales y se imagina que todo país podría un día ser «europeizado».