Resistencia bisexual

bisexualidad no nos hace libres. Sin embargo, validarla nos puede acercar un poco más a serlo: hacerle un hueco en el complicado mejunje del que estamos hechas y desde el que nos construimos, tenerla en cuenta, cuidarla, celebrarla y defenderla, desbordarla. Darle forma de puente, de hogar, usarla como manta, como escudo, como punto de encuentro, como trompeta.

Por fin empiezo a ser sincera conmigo misma y eso es un gran paso, tal vez el mayor. Ya no niego mis deseos, aunque eso suponga muchas veces una desesperación. Pero noto esa sinceridad como un rayito de sol que antes no tenía. Un rayito que se abrió paso en los últimos coletazos de aquella relación tan mala y se hizo inmenso y maravilloso en los meses siguientes. Por lo menos tengo mis deseos. Aunque estén dispersos y no se dejen atrapar. Me ha costado diez meses de terapia y tres de huida entender que no pasa nada por estar perdida.»

La verdad es que estoy harta de sentir que mi deseo es una amenaza para las personas que quieren tejer un vínculo afectivo conmigo. Me desgasta restarle importancia a una parte de mi deseo, de bajarle el volumen y presentarla como secundaria, como prescindible. No quiero avergonzarme más de lo que me atraviesa el cuerpo. Ninguna parte de mi deseo es prescindible. Nada de lo que yo soy y siento es prescindible. Y no debería serlo. ¿Prescindible para qué? ¿Para que el resto no tengan que hacer el esfuerzo de aceptarlo? Cuando por vergüenza sacrificamos parte de nuestra forma de desear gana el monosexismo, gana el amor romántico y con ellos, en última estancia, las violencias que nos necesitan clasificables y amoldables. Lo que quiero es hacerme con ello, explorar mi capacidad de relacionarme con otras personas hasta haberla convertido en un mapa que poder recorrer y habitar. Nuestra identidad es, efectivamente, una amenaza para la forma en que interesa que nos relacionemos, y por eso la defendemos con uñas y dientes.