El negro era tan negro y el blanco tan blanco, y todo el conjunto resultaba tan suave y vivido, que era como poseer un milagro. Se examinó las manos por si las tenía sucias, y luego las pasó por encima de la maleta como si estuviera manchada. Pero, claro está, no lo estaba; únicamente barría las posibilidades de una futura suciedad.