Hitler no era un nacionalista alemán seguro de la victoria de su país que aspirara a ampliar el Estado alemán, sino un anarquista zoológico que creía que debía restaurar el estado natural de las cosas. Del fracaso en la campaña del Este aprendió algo útil sobre la naturaleza: al final los alemanes no habían resultado ser una raza superior. Hitler ya había aceptado esta posibilidad cuando invadió la Unión Soviética: «Si el pueblo alemán no es lo bastante fuerte ni lo bastante leal para derramar su sangre por su existencia, que sea destruido por otros más fuertes que él. No derramaré lágrimas por el pueblo alemán».