A la mañana siguiente, lloró por todos los humanos cuyas vidas había arrebatado a lo largo de su existencia. Tantos compañeros soñadores devorados o destrozados. Lo sabía, pero nunca lo había entendido. Le faltaba algo, algo que le permitiera afligirse por la muerte de los demás de manera diferente. Tal vez en el Amorph hubiese lobos, pero Meroe ya no era uno de ellos.