Eva Andrés López

—Te lo regalo.

—No hace falta, puedo pagarlo yo.

—Ya sé que puedes, pero quiero hacerlo —insiste completamente serio.

—¿Por qué?

—Porque, cada vez que te vea con él puesto, quiero recordar que fui yo quien te regaló algo que hace que todo el mundo se gire para mirarte. Eso y que, cuando ocurra, quiero que tú también lo recuerdes.

Estoy segura de que he dejado de respirar. Al menos hasta que veo el arrepentimiento casi inmediato en los ojos azules de Carson. Ignoro el dolor y sonrío mientras guardo la cartera.

—Gracias.

No hablamos en todo el camino hasta el rancho, pero yo no me quito el sombrero.

Tú no eres mi problema, Oli; tú eres mi solución y no te vas a marchar a ninguna parte, no hasta que tú quieras.

—Olivia, cada vez que notes que vas a tener un ataque como el de ayer, quiero que me avises, ¿de acuerdo?

—Desde que llegué tengo pesadillas todas las noches.

—Entonces estaré allí todas las noches hasta que desaparezcan.

¿Puede salir de dos mitades de un corazón roto uno por el que merezca la pena luchar?

Cada día me encuentro con un deseo más fuerte de intentarlo; cada día me resulta más difícil resistir la tentación de quererla, Julie. Y cada día la culpa me impide hacerlo.

Yo no soy lo que necesita, y Luke y Savannah no lo ven porque están demasiado centrados en lo que necesito yo. Pero esta es la putada de que alguien te importe realmente: que, aun sabiendo que esa persona es lo que tú necesitas, seas capaz de alejarte porque eres consciente de que tú no eres lo que necesita ella, y yo soy lo último que necesita el corazón destrozado de Olivia.

—Dime algo que puedas tocar.

Bajo la vista hacia mis manos y las encuentro entrelazadas con otras fuertes que las sujetan con delicadeza. Alzo la mirada hacia el dueño de esas manos, hacia esos ojos azules, esa mandíbula marcada, ese pelo oscuro enmarañado por el sueño.

—A ti.

Carson traga saliva y fija su mirada en la mía.

—¿Y te gusta?

Una sonrisa asoma en mis labios y mi corazón vuelve a coger ritmo, pero esta vez por un motivo muy distinto. Cuando miro a Carson no soy capaz de controlar mis sentimientos; estoy hecha un lío, sí, pero lo que siento es tan intenso que todo lo demás desaparece. Me seco las lágrimas y me siento en su regazo despacio, rodeándole la cintura con mis piernas.

—Me gusta mucho —le respondo acariciándole el pelo—. Gracias por ayudarme a volver.

—Siempre te ayudaré a volver, hasta que no te vayas más.

Entretanto, su otra mano acaricia mi muslo; el contacto me eriza la piel. La forma en que me besa, como si mis besos fueran lo más preciado en este mundo para él, como si no hubiese respirado tranquilo hasta encontrarlos, como si no existiera nada más allá de nosotros y esta cabaña, provoca que sienta que realmente somos lo único que importa. Pero, de repente, noto que se pone rígido y se aparta un poco.

Te estaba esperando y ni siquiera lo sabía, Huracá

—Ya te he encontrado —contesto con la emoción palpable en mi voz—. Me has encontrado.