Una cascada de sangre en forma de abanico le manaba por delante. Una bala expansiva le había arrancado casi toda la parte inferior de la boca. Tiró de las riendas para situarse junto al coronel y, de forma angustiada y terrible, trató de decirle algo, pero nada inteligible salió de aquel estropicio. Las lágrimas corrían por las mejillas de aquel pobre hombre.