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Ricardo Garibay

  • Liliana Lanz Vhas quoted2 years ago
    Hanna Arendt sostenía que muchos de los padres que se adhirieron a los regímenes totalitarios del siglo XX pensaban que estaban cumpliendo con su deber ante la sociedad.
  • Sugey Navarrohas quotedlast year
    Si pudiera acordarse de cuánto tiempo tenía de muerta su señora. Era el mismo tiempo que llevaba en la calle de planta, como le gustaba decir. ¿Cuántos años tenía ya el niño? Ah, ¡el tiempo! Le sorprendía cómo era lo primero que se perdía, incluso antes que el pudor, que cualquier otra cosa. Era una especie de refugio o de tregua; el pasado sólo existía cuando se le ponía enfrente, como en esas ocasiones en que el niño lo recogía en la banca del parque o en la escalera del metro y lo llevaba al departamento para que se diera un baño, se cambiara de ropa y, quizás, esta vez, se quedara. Qué cambiado estaba el niño en cada ocasión. Estaba envejeciendo, igual que él.
  • Sugey Navarrohas quotedlast year
    Luego de cuatro décadas de vida y quince años seguidos de terapia, reconocía por fin la inutilidad de cuestionar la lógica individual de otra persona, en particular si esa otra persona es tu madre.
  • Sugey Navarrohas quotedlast year
    Apenas reconocía la ciudad. Había edificios nuevos, unas calles me parecieron más amplias y el tráfico mayor y menos manejable a como lo recordaba. El cielo sin nubes me resultó monótono y el calor extenuante. Como por inercia me toque la cicatriz del brazo. Me corría del codo hasta la muñeca. Una cicatriz larga como un surco de donde nada se cosecharía o quizá ya se había cosechado.
  • Talia Garzahas quotedlast year
    –A qué horas trabajas.
    –A todas horas —dijo.
    –A todas horas —dije. ¿Nunca descansas?
    –No —dijo y acentuó un poco su apacible bonhomía.
  • Talia Garzahas quotedlast year
    –Vive enteramente ciego. En 1989, en tres meses perdió la vista. Las radiaciones quemaron el nervio óptico. Y siguió trabajando de modo natural. Ni una lamentación, ni una queja. Su vida ha sido día con día su obra, y ciego la continuó, sin más.
  • Talia Garzahas quotedlast year
    obra, y ciego la continuó, sin más. (“Me explico eso —dice Vlady el pintor— porque el talento, la visión extraordinaria de Zúñiga está en sus manos, en el amor de sus manos, en la palpitación que transmite con sus manos a la materia.”) Y ciego ha esculpido noventa y cuatro piezas. Barro. De quince a cuarenta centímetros.
  • martehas quoted7 months ago
    En la casa todos trajinan de médicos a colesterol a oxígeno a telefonazos a cáncer a consunción y a gangrena y rosarios mientras yo permanezco inmóvil, maniatado, tratando de explicarme por qué ya no es yo y es más él mismo y es menos lo que él era y no era yo y otras muchas tonterías.

    Ahora lo miro por primera vez, esto sí es cierto, y ya no es lo que era. Porque éste que miro ahora echado, silencioso, ya ni siquiera es el hombre que antier agitó los brazos y aulló buscando mis ojos, mi presencia saludable e inútil; es un cuerpo todo huesos, unos pantalones inmensos, dentro de los cuales nadan los fémures, un rostro largo, amarillo, una nariz que no acaba nunca y unos ojos hondos, azorados, abiertos a no sé qué espantosa irrealidad
  • martehas quoted7 months ago
    No tiene nada, ni un peso; y nosotros no tenemos nada para pagar lo que habrá de pagarse. Es posible que Guillermo consiga prestado en el Banco. Esto ya es alivio.

    Mi padre nunca tuvo gran cosa. Supo tanto de la pobreza, que la mera esperanza de dinero lo llenaba de preocupación. Muere casi indigente, porque sólo tiene hijos que no hallan aún la forma de ganar lo que es indispensable para vivir. Nos deja lo que le vimos: la reciedumbre frente al dolor, la naturalidad en el dolor, la familiaridad más espléndida con el dolor. El dolor fue su patrimonio desde hace treinta y cinco años.

    —Desde hace más, mucho más —me dicen los que lo conocieron antes que yo.

    Bien. Mejor de lo que yo creía. No será deleznable nuestra herencia
  • martehas quoted7 months ago
    Tuvo muebles brillantes, cuadros y espejos, cuando fue recámara de mi hermana mayor y su marido. Nos la dieron un tiempo a nosotros, cuando la pequeña María regresó del hospital lastimada por la poliomielitis. Regresó María sin poder andar, irascible, y en sus dulces ojos, detrás de una como palidez azulada, un brillo de sufrimiento. María tenía dos años de edad. No he vuelto a ver ojos iguales: ojos iguales a hondos lagos, fijos y azorados, en los que cae sombría la luz, temblando, adolorida, no de veras, como sueño de luz. Mi padre vendió después la casa al marido de mi hermana menor, nos repartió el dinero e hizo de esta pieza su residencia constante. Y aquí, jueves en la mañana: de un camión junto a la ventana descargan estridentes varillas y zumban docenas de motores y como siempre el cielo es pardo y la luz sofoca y llega atravesando oleadas de polvo, turbio polvo macizo y luz contra la ventana e imprudentes oh imprudentes horrísonas varillas; aquí, regresemos, hay una cama ahora, la de toda la vida, de latón dorado, y el chivorof, la mitad del tocador que vino de Pachuca en 1923, la máquina de coser, el sillón que sirvió para esperar a los pretendientes de mis hermanas, el ropero chico: de mi padre, de mis hermanas, de mi hermano, mío, de mi padre otra vez, y de mi madre, al fin, que dijo:

    —Si éste me lo compró tu papá, para mis cosas, para mí; no sé por qué nunca me lo dieron…
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