El objeto forma un lazo entre su origen y el coleccionista. El niño de la campiña lleva una caracola a su oído para escuchar el rugido del océano. Hay una emoción táctil embellecida por la imaginación. Esta imaginación requiere cierta alfabetización –la historia es como el océano–, una acumulación de referencias, sueños e historias desencadenados por el contacto con el objeto. En este sentido, el objeto simplemente funciona como un disparador de la colección real, que es completamente interna.