Era tan firme y suave la actitud del padre que nadie en la familia veía razones para llamarse a tormento. Al fin y al cabo si él sonreía era que al día siguiente y al siguiente decenio habría comida sobre el mantel y crinolinas bajo las faldas de seda. Era que nadie se quedaría sin peinetas, sin relicarios, sin broches, sin los aretes de un brillante, sin el oporto para la hora de los quesos.