Por supuesto, estaba convencida de que yo no tenía nada que ver con aquella nota. En cuanto había superado el reto, dejaba de ser un reto, se convertía en lo esperado y lo corriente en lugar de ser algo que había conseguido con esfuerzo y de lo que, por consiguiente, podía sentirme justificadamente orgullosa. No podía adueñarme de mis propios triunfos, ni reconocerme el mérito de haberlos alcanzado.