A los cincuenta años mis vestidos me parecían siempre demasiado tristes o demasiado alegres; ahora sé lo que me está permitido o prohibido, me visto sin problemas. Sin placer también. Esa relación íntima, casi tierna, que antes tenía con mi ropa ha desaparecido. Sin embargo, consideré con satisfacción mi silueta. Fue Philippe quien un día me dijo: "Vaya, estás engordando." (Casi no parece haber notado que recuperé la línea.) Me sometí a un régimen, compré una balanza. Antes no me imaginaba que me inquietaría alguna vez por m