La conspiración de la fortuna. Versión definitiva

la quiso con fuego estable, aunque, al igual que su padre, no confundiera el amor con la fidelidad, ni la promiscuidad con el amor.

El gobierno no resuelve los problemas de nadie —decía Sisniega—. Entre más gobierno hace falta, menos libre es una sociedad.

Todo tiene que ser al revés en este país. Para fortalecer la industria hay que desprotegerla. Para bajar los precios hay que dejar que suban, que alcancen su nivel real. Para estimular la actividad económica, hay que suspender subsidios. Para combatir la pobreza hay que crear riqueza. La riqueza es la respuesta para los pobres. Para crear riqueza hay que fomentar la codicia, no la solidaridad. La codicia es la verdadera aliada de la pobreza, no la filantropía. Sólo la codicia crea la riqueza que permite mejorar a los pobres, porque el gobierno es el aliado del dispendio, no de los pobres. El gasto del gobierno en pobres a la larga los hace inútiles y genera más pobres.

Los ciclos liberales creaban turbulencias políticas que abrían el paso a restauraciones corporativas. A la audacia del cambio seguía el miedo, al miedo seguía la quietud, a la quietud el hartazgo, al hartazgo el nuevo fuego del cambio. Las libertades terminaban en servidumbres y estas en nuevos hervores libertarios.

Ustedes ven fuerzas colectivas y clases sociales donde yo veo sólo personas de distintos precios.

Sucede con los defectos lo que con los perfumes. Adelaida dijo un día: “Una deja de oler el perfume que usa, lo vuelve parte de su propio olor”. Sucede igual con los defectos. Han estado tanto tiempo con nosotros que terminan no pareciendo defectos sino parte natural de cada uno.

—La política es una puta que no se deja comprar —me dijo Santos una vez—. No puedes comprarla cuando quieres y cobra cuando se te acabó el dinero.

entendió muy temprano que la libertad se logra aceptando sus límites.

Siempre hay en el ágora una madame Bovary soñando otra cosa, un mundo tierno, pleno, que la aparte de la grosera verdad diaria de la cosa pública.

La ruptura de aquellas reglas echó sobre la república la sombra de continuismo que había sido siempre la pesadilla de sus élites