Estás otra vez en esa habitación con Johnny».
«Te está diciendo que te quiere».
«Estás bien».
Patada tras patada tras patada.
Entre jadeos húmedos y sibilantes, traté desesperadamente de aferrarme a la imagen de su rostro.
Se estaba desvaneciendo.
Ya no me dolía tanto el cuerpo.
Había dejado de sentir las patadas y los puñetazos.
No oía los gritos de mis hermanos.
Todo parecía cálido.
Cálido y ligero.