Carriacou, que no aparecía ni en el índice del atlas escolar Goode ni en la Junior Americana World Gazette ni en ningún mapa que pudiera encontrar; así que, cuantas veces busqué aquel lugar mágico en clase de geografía o durante las horas de estudio en la biblioteca, nunca lo hallé y llegué a pensar que la geografía de mi madre era una fantasía o un despropósito o, cuando menos, que estaba demasiado obsoleta y que de hecho tal vez estuviera hablando de un lugar que otra gente llamaba Curaçao, una colonia holandesa al otro lado de las Antillas.