El mundo es un experimento en sí mismo, y también lo es, a menor escala, nuestra historia. Nada está concluido, no hay un camino fijo, no hay confianza alguna ni garantía de que si continuásemos un poco más vayamos a encontrar, a la derecha, un mesón donde nos proporcionen hospedaje. Por el contrario, todo está lleno de peligros, todo está repleto de posibilidades que todavía no han sido agotadas, temibles posibilidades que podrían ser clausuradas y posibilidades insospechadas que podrían ser inauguradas y promovidas por nosotros. Tiene que vencerse la superstición de que la realidad sea lo que llegará a ser y de que lo que llegará a ser sea la única realidad, la superstición fáctica. En este punto debe, pues, introducirse una mirada utópica, pero no en el sentido de un engaño, de una fantasía o pedantería de tipo abstracto, sino en el de aquello que he denominado utopía concreta.