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Joris-Karl Huysmans

A la deriva

  • Alanhas quoted17 hours ago
    No te preocupes por mí…, no te preocupes por mí… tú a lo tuyo.

    Totalmente aislado de la sociedad humana

  • Alanhas quoted17 hours ago
    «¡Qué gran quehacer la oración, qué pasatiempo la confesión, qué posibilidades las de las prácticas del culto! Uno va a la iglesia al atardecer, se hunde en la contemplación, y las miserias de la vida dejan de ser importantes; y, además, los domingos se pasan en largos oficios, en el abandono a los cánticos y a las vísperas, pues el esplín no hace presa en las almas piadosas».
  • Alanhas quoted17 hours ago
    Bastaba con que apareciera un poco el sol para que la plaza se transformara deliciosamente: las desiguales torres de la iglesia se cubrían de oro; el color gualdo de los anuncios brillaba a todo lo largo de las tiendas de casullas y cálices; los colores del gran cartel de una casa de mudanzas se encendían en reflejos más vivos, y, por encima del parapeto de un urinario, el anuncio de un tintorero —dos sombreros escarlata surgiendo de un fondo negro— evocaba en aquel barrio de sacristanes y devotas los fastos de una religión, las altas dignidades de un sacerdocio.

    Lo único que mantiene algo de sagrado dentro de la urbanización y modernización de Paris

  • Alanhas quoted17 hours ago
    Había, pues, desistido de pasear los domingos entre el lujo de mal gusto que lo invadía todo, incluso los barrios de las afueras. Además, los paseos por París no le tonificaban ya como antes; se sentía más raquítico todavía, más pequeño, más perdido, más solo, en medio de aquellas casas altas con zaguanes revestidos de mármol y con unas porterías insolentes que ostentaban trazas de salón burgués.
  • Alanhas quoted17 hours ago
    En otro tiempo erraba por los barrios desiertos; le gustaba meterse por callejuelas olvidadas, por las zonas más provincianas y modestas, y atisbar por las ventanas de los bajos los misterios de los hogares humildes. Pero, en la actualidad, las calles tranquilas y mudas habían sido demolidas, los pasajes sugestivos arrasados. Ya no se podía mirar por las puertas entreabiertas de los viejos caserones, descubrir el rincón de un jardincillo, el brocal de un pozo, la esquina de un banco; ya no era posible decirse que la vida sería menos hosca, menos indómita, en aquel patio; soñar con un tiempo en que pudiera uno retirarse a este silencio y caldear su vejez en un aire más tibio.
  • Alanhas quoted17 hours ago
    La comida no era mejor que la de la orilla izquierda y el servicio era altanero y despectivo. El Sr. Folantin se aplicó la lección y, desde entonces, se quedó en su barrio, firmemente decidido a no volver a salir de él.

    Se resignó

  • Alanhas quoted17 hours ago
    Seguramente eran personas sin familia, sin amistades, que buscaban sitios un poco sombríos para despachar en silencio aquella tarea; y el Sr. Folantin se encontraba a gusto en aquel mundo de desheredados, de personas discretas y educadas que, sin duda, habían conocido tiempos mejores y veladas más plenas. Conocía a casi todos de vista y sentía simpatía por aquellos transeúntes que vacilaban al elegir un plato de la carta, que desmenuzaban el pan y apenas bebían, que arrastraban, juntamente con la ruina de sus estómagos, la dolorosa fatiga de unas existencias sin objeto ni esperanza.
  • Alanhas quoted17 hours ago
    Durante el primer acto, el Sr. Folantin tuvo una sensación extraña, aquella serie de canciones para espineta le recordaba el organillo que había en una tienda de vinos adonde iba de vez en cuando. Cuando los obreros hacían girar la manivela, sonaba una cascada de canciones pasadas de moda, algo muy lento y muy suave, donde, de vez en cuando, sobresalía alguna nota clara y aguda en medio del repiqueteo mecánico de los estribillos.
  • Alanhas quoted17 hours ago
    Sus relaciones se habían limitado a eso. Una vez en la calle, se daban un apretón de manos y se iban cada uno por su lado y, sin embargo, la ausencia de este correligionario había apenado al Sr. Folantin.
  • Alanhas quoted18 hours ago
    Todos sus recuerdos se circunscribían a aquel viejo y tranquilo rincón de la ciudad, que empezaban a desfigurar los grandes derribos para hacer nuevas calles, fúnebres bulevares, abrasadores en verano y heladores en invierno; tétricas avenidas que habían americanizado el aspecto del barrio y destruido para siempre su atmósfera íntima, sin haberle aportado a cambio ninguna ventaja de comodidad, de alegría, de vida.

    Aquí está las destrucción de la vida

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