—Pero, sin embargo —dije yo—, el que desea, ¿no está acaso privado de aquello que desea? ¿No es verdad?
—Sí.
—Así pues, el que está privado de algo, ¿no es amigo de aquello ede lo que está privado?
—Me parece que sí.
—Y al que se le quita algo, está privado de aquello que se le quita.
—¿Cómo no?
—Luego el amor, la amistad, el deseo apuntan, al parecer, a lo más propio y próximo.[37] Esto es, al menos, lo que se ve, oh Menéxeno y Lisis.
Ellos estuvieron de acuerdo.
—Así pues, si vosotros sois amigos entre vosotros, es que, en cierto sentido, os pertenecéis mutuamente por naturaleza.
—Ciertamente —dijeron.
222a—Y si, en efecto, muchachos, el uno desea al otro —dije yo—, o lo ama, no lo desearía o amaría o querría, si no hubiese una cierta connaturalidad hacia el amado, bien en relación con el alma, con su manera de ser, sus sentimientos, o su aspecto.
—Cierto —dijo Menéxeno, mientras Lisis calló.
—Bien —dije yo—. Entonces, aquellos que se pertenecen por naturaleza tienen, según se ve, que amarse.
—Así parece —dijo.
—Necesariamente, pues, el genuino y no fingido amante será querido por su amado.