—Todo eso para esto, Marcus. Esas horas, esos años escribiendo, ese afán de vivir volcado en el papel, todo eso para cambiar su Ford, que iba muy bien (lo sé porque lo he conducido en varias ocasiones), por un coche de lujo. No se lo censuro, no tiene usted la culpa, es que nuestra sociedad funciona así: lo único que impresiona ya de verdad es el dinero. Y, además, ¿sabe?, es el problema de todos los artistas: se los admira mientras no cuentan con un reconocimiento, y cuando triunfan se los desdeña pues se descubre que son como todo el mundo. Cuando los brókeres, que ganan dinero con el dinero, gastan dinero, nadie se escandaliza. Aunque los despreciemos por su codicia. Y se espera de los artistas que suban un poco el listón, que estén por encima. Pero, en el fondo, que a un artista que gana pasta le apetezca gastarla es completamente natural. Va a descubrir, Marcus, que el éxito es una clase de enfermedad. Altera el comportamiento. El éxito público, la fama, es decir, la forma en que lo mira la gente, afectan a su conducta. Le impiden vivir con normalidad. Pero no tema: al ser una enfermedad como las demás, el éxito crea sus propios anticuerpos. Se combate a sí mismo, desde dentro. Así que el éxito es un fracaso programado.