No obstante, el concepto medieval más seriamente considerado era el de los antiguos griegos, de acuerdo con los cuales la Tierra no era plana, sino una esfera sólida estacionada en el centro de una especie de caja china de siete esferas transparentes, en cada una de las cuales se hallaba un planeta: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, los siete a partir de los que reciben nombre los días de la semana. Los sonidos de estos siete configuraban una música, la «música de las esferas», a la que corresponde nuestra escala diatónica. También existía un metal asociado con cada uno: plata, mercurio, cobre, oro, hierro, estaño y plomo, en ese orden. El alma que descendía desde el cielo para nacer en la Tierra adquiría, al llegar abajo, las cualidades de dichos metales, por lo que nuestros cuerpos y almas están compuestos de todos los elementos del universo y cantan, por así decirlo, la misma canción.