Jaulas vacías

Ahora se sentía culpable: ¿Qué diablos significaba resguardar a una bola de chamacos separados de sus padres, indefensos y solos?

Eso era lo que lo había inquietado tanto: la quietud, el silencio que, de tan intenso, resultaba atronador.

El silencio era ensordecedor.

Cómo no se dio cuenta a tiempo de que Ruth era una buena para nada.

Y Bertha procuraba disfrutarlo, pero en su cabeza siempre estaba la necesidad, la obligación de embarazarse, sobre todo ahora que lo habían decidido, que se habían planteado tantas obligaciones que cumplir.

No podría precisar cómo es que armamos tal escándalo, supongo que viene del interior de cada uno de nosotros: son nuestros corazones que palpitan con furia, es la soledad de cada uno que se divierte, son los deseos más oscuros que salen de paseo.

Los ruidos se hicieron más intensos, pero el miedo opacó mi curiosidad.

–No se le olvide que los martes se desata la locura.

El tiempo parecía haberse contraído para acercarlas al mismo infierno.

Según ella, la gordura de su hija se debía a que no la obedecía, a que hablaba por teléfono largas horas, a que comía demasiado, a que prefería lo dulce a lo salado, a su parecido con su padre.