Ella en la otra orilla

«Debo confiar. He tomado una decisión. El miedo no me puede vencer. Si existe un mundo donde un cretino puede asustarme y robarme el dinero, también existe un mundo donde un desconocido deja lo que tiene entre manos para ayudarme y desaparece antes de que tenga tiempo de agradecérselo.

Se acordó de algo que había aprendido el día de la fiesta de bienvenida: guárdate algo y las cosas irán de mal en peor, pero ponlo en palabras y se transformará en algo de lo que te podrás reír.

Encontrar una razón que disipe el miedo a la soledad, en lugar de tener montones de amigos que sólo sirven para maquillar ese temor».

a Sayoko la angustia de Akari no le recordaba su propia infancia, sino su angustia de madre vagabundeando atemorizada de parque en parque

Hasta ese momento, siempre había pensado que todo saldría bien por el mero hecho de ponerse a trabajar, pero ahora se preguntaba si de verdad sería así.

Si empiezo a trabajar…». Esa posibilidad le parecía la solución a todos sus problemas

Desde su perspectiva actual, no entendía cómo algo tan trivial podía haberla afectado tanto, hasta el punto de quedarse petrificada, como si el mundo se hubiera puesto del revés de golpe. Sin embargo, por primera vez pensó que quizás todas y cada una de las decisiones que había tomado a partir de aquel comentario, todo lo que había hecho de ella la mujer que era en ese momento, había estado determinado de algún modo por esas palabras

aba igual lo ocupada que pudiera estar, seguiría a cargo de su cas

Se acordó de algo que había aprendido el día de la fiesta de bienvenida: guárdate algo y las cosas irán de mal en peor, pero ponlo en palabras y se transformará en algo de lo que te podrás reír.

Sayoko se dio cuenta de que había despertado el interés en las demás, que escuchaban atentas, atraídas por su ligera euforia al hablar. Le habría gustado seguir. Durante todos esos años había soportado el peso de una culpa incierta: culpa por haber renunciado a su trabajo, por convertirse en ama de casa, por molestarle tener que llevar a su hija a la guardería, por alegrarse cuando llovía, por llevarla cuando los demás le decían que era una crueldad, por haberse sentido muchas veces al borde de la depresión. Ahora, en cambio, sentía que todo eso no había sido en vano. Todas sus dudas habían terminado por llevarla a alguna parte.