Renegados

—Sabía que te iría bien —dijo, los labios se curvaron en una sonrisa— mi pequeña pesadilla.

Aunque Ace había amado la catedral, siempre se había sentido más feliz cuando estaba aquí abajo.

—Estas dudas… estas inseguridades… te servirán mucho, Pesadilla —inclinó la cabeza hacia ella—. Después de todo, quien no tiene temor no puede ser valiente.

—Siempre le has temido al fracaso —dijo, y su voz parecía más áspera que lo habitual—, pero esta noche es un temor particularmente fuerte.

Ace falló.

Pero también los Renegados le fallaron a su familia. Le fallaron a ella.

Ella miró las manos entrelazadas, y tras un momento, también lo hizo Adrian. Aunque él se había pasado la primera mitad de aquella tarde intentando armarse de valor para tomarle la mano, esta era la primera vez que de hecho lo hacía.

—En este momento, me voy a comportar como un caballero y te voy a llevar a un lugar seguro.

Adrian podía sentir los latidos del corazón de Nova, y cuando ella lo miró, él tenía las mejillas sonrojadas.

Él era un Renegado.

Él era su enemigo.

Y de cualquier manera, a ella no le importaba porque jamás se enamoraría de un Renegado.