Pensativos

La vida intelectual es una forma de recuperar nuestro valor real cuando los juegos de poder y los descuidados juicios de la vida social nos lo niegan. Por eso es fuente de dignidad.

Cuando cultivamos la vida interior, dejamos de lado las preocupaciones por la comodidad o por avanzar en la escala social. Olvidamos, aunque solo sea temporalmente, la urgente presión de las necesidades. La interioridad y el recogimiento pueden tener manifestaciones espaciales: los pensamientos y las imaginaciones que constituyen la propia vida interior pueden estar ocultos, no expresados, invisibles.

Son los bienes más elevados los que pueden requerir que cambiemos nuestras vidas por completo, que sacrifiquemos no solo tiempo y dinero, sino también amigos, seres queridos, estatus social y, a veces, nuestras propias vidas.

La libertad de una actividad pausada es tener la libertad de no depender de obtener resultados, algo que no es incompatible con descansar o recrearnos.

Los poetas Wallace Stevens (agente de seguros) y Frank O’Hara (comisario de arte) exprimían el tiempo para escribir poesía en los pequeños descansos que les dejaba su ordinaria y ocupada vida laboral. Stevens afirmaba que escribía poemas «en cualquier lugar» y que se sentía inspirado mientras paseaba. Y, al menos para Stevens, dedicarse a la poesía en el tiempo libre que podía arañar de aquí y de allá no era una transigencia. Unos años antes de su muerte le dijo a un periodista: «Tener contacto diario con un trabajo le da a un hombre carácter de poeta»

En Martin Eden, Jack London describe a su protagonista Martin estudiando fervientemente para educarse, tanto por su propio bien como para hacerse digno de la mujer que ama. Poco a poco se va quedando sin dinero. Acepta un trabajo en una lavandería que requiere catorce horas de trabajo duro y sin distracciones seis días a la semana. Con la experiencia de haber sobrevivido en el pasado durmiendo solo cinco horas, al aceptar la oferta confía en que podrá seguir leyendo al salir del curro. Después de un día en la lavandería, ve cómo se evapora la capacidad de concentración que requiere la lectura. Tras una semana, ya no tiene energía para pensar siquiera: «No quedaba espacio para el universo y sus grandes problemas. Todos los amplios y espaciosos corredores de su cerebro se hallaban obstruidos y sellados herméticamente»
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Un laico contemporáneo suyo, Arnold Bennett, decía en Cómo vivir con 24 horas al día que bastaría dedicar media hora diaria a concentrarse en pensar, combinando esto con tres sesiones vespertinas a la semana durante las cuales uno lea seriamente durante noventa minutos

En su clásico manual para intelectuales aficionados, La vida intelectual, el sacerdote dominico A.G. Sertillanges afirmaba que la vocación intelectual se puede vivir con dos horas de tiempo libre al día, así que, por lo tanto, es compatible con la vida laboral y familiar

Para Aristóteles, solo la contemplación, la actividad de ver, comprender y saborear el mundo tal como es, podría considerarse el uso final y satisfactorio del ocio

Las actividades no valen la pena a menos que culminen en algo satisfactorio. Por esa razón Aristóteles decía que debe haber algo más allá del trabajo, el ocio, por el cual trabajamos y sin el cual nuestro trabajo es en vano.