No hay que devolver la vida a nuestros amores de infancia. Hay que dejarlos donde están: en la confortable oscuridad de los recuerdos. Allí donde las promesas esbozadas, las caricias imaginadas, olvidadas, la nostalgia de la piel, de los olores, allí donde los sueños perdidos se idealizan y escriben la más bella de las historias.