En algún momento situado entre los dos sucesos antes mencionados ocurrió otro que muestra la máxima afinidad con el que hemos investigado en la historia de la religión. El hombre se encontró inducido al reconocimiento, en general, de poderes «espirituales», es decir, que no pueden ser captadas con los sentidos, especialmente con la vista, pero que, sin embargo, exteriorizan efectos indudables, incluso fortísimos.