La promesa irá pasando de ser un regalo, un don, una gracia, a convertirse en la base de la alianza entre Dios y su pueblo. Es una alianza entre partes desiguales y, por tanto, la parte débil tiene que hacer méritos para ganarse aquello para lo cual nunca es lo bastante buena, ni lo bastante paciente, ni lo bastante fiel: la salvación. La promesa soberana pierde arbitrariedad pero gana condicionalidad: ¿quién eres tú para merecer mis promesas? La alianza, como el compromiso nupcial, es un juego de paciencia. ¿Sabrás esperar sin caer en la tentación?