Poesía

¡Oh, despertad, mortales!,

¡mirad con atención en vuestro daño!

Los bienes más queridos y mayores

se mudan, y en mi daño se conjuran,

30 y son, por ofenderme, a sí traidores[228].

¿Qué engaño os vuelve a do nunca pudistes

tener reposo ni hacer provecho?

Huid, contentos, de mi triste pecho.

El hombre está entregado

al sueño, de su suerte no cuidando,

y, con paso callado,

el cielo, vueltas dando,

25 las horas del vivir le va hurtando.

Las almas inmortales,

hechas a bien tamaño[120],

30 ¿podrán vivir de sombras y de engaño?

¿Qué podrá ofrecerte

quien todo lo perdió?

¡Ay tristes; ay dichosos[71]

los ojos que te vieren! Huyan luego

si fueren poderosos,

antes que prenda el fuego

75 contra quien no valdrá ni oro ni ruego.

Un no rompido sueño,

un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño

vanamente severo

30 de a quien la sangre ensalza, o el dinero.

Vivir quiero conmigo;

gozar quiero del bien que debo al cielo,

a solas, sin testigo,

libre de amor, de celo,

40 de odio, de esperanzas, de recelo.