Describir la belleza de un rostro como aquél resulta tan inútil y estúpido como intentar aproximarse, con palabras, a lo inefable de una sonata o de una cantata. Pero una cantata o una sonata quizás hubieran podido describir aquel rostro. La desgracia de quienes se cruzan con un misterio semejante es que ya no pueden interesarse por nada más.