Esta hora tardía me ha cegado. Más que verme, me adivino en el espejo. Constato mi pequeñez y mi cautividad. Doy unos pasos hacia la ventana notando mis manos estiradas, cuyos dedos le dan un aire de cosa desgarrada. Desde mi rincón en la sombra, levanto la cara al cielo. Me echo hacia atrás y me apoyo en la cama, esa gran cosa que tiene un vago aspecto de persona, como un muerto. ¡Dios mío, estoy perdido! ¡Ten compasión de mí! Me creía cuerdo y contento de mi sino, decía que estaba libre del instinto de todo vuelo. Pero no; desgraciadamente, no. No es verdad, ya que quisiera tener todo lo que no tengo.