Al estar, normalmente, activos de día y durmiendo de noche, el hecho de ponernos a observar el cielo nocturno no deja de ser una suspensión de la cotidianidad y una forma excepcional de situarse ante el entorno más amplio posible. Observar el cielo a estas horas es, además, confrontarse con un escenario inquietante; si no, en cierto modo, amenazador. Nos sobrepasa en todos los sentidos, físico y mental.