Las mujeres, en las que la vida se detiene y habita de manera más inmediata, fructífera y confiada, han de ser en el fondo seres maduros, seres más humanos que el simple varón, atraído hasta debajo de la superficie de la vida por el peso de un fruto no físico, y que, arrogante y presuroso, menosprecia lo que cree amar. Esta humanidad de la mujer, soportada con dolores y humillaciones, saldrá a la luz cuando haya eliminado las convenciones de lo exclusivamente femenino en los cambios de su situación externa, y los hombres que hoy aún no llegan a sentirlo, quedarán sorprendidos y abatidos con ello.