El sentido del estilo

A pesar de todos los beneficios cognitivos de una organización jerárquica, no todos los textos tienen que estar organizados en forma de árbol. Un escritor hábil puede intercalar múltiples líneas argumentales, o manipular deliberadamente el suspense y la sorpresa, o embaucar al lector con una sucesión de asociaciones, de modo que cada asunto conduzca al lector hasta el siguiente. Pero ningún escritor puede dejar la organización macroscópica de un texto al azar.

Tener conciencia de la naturaleza arbórea de un texto también puede contribuir a comprender uno de los pocos recursos disponibles en la prosa no técnica para marcar de un modo visual la estructura del discurso: los saltos de párrafo. Muchas guías de escritura proporcionan instrucciones detalladas sobre cómo organizar un párrafo. Pero las instrucciones son por fuerza erróneas, ya que no existe nada concreto que pueda denominarse párrafo. Es decir, no existe nada en un esquema, ni una rama de un árbol organizativo, ni una unidad de discurso que pueda decirse que se corresponde lógicamente con un bloque de texto delimitado por un blanco o por un punto y aparte. Lo que existe es precisamente el punto y aparte: una marca visual que permite al lector una pausa, tomar aire, asimilar lo que ha leído y, finalmente, encontrar ese lugar en la página.

En realidad, es ese deseo de coherencia lo que rige todo el proceso de comprensión del lenguaje. Supóngase que un lector ha comprendido una oración correctamente y que ahora tiene que averiguar quién hizo qué a quién o qué es verdad de qué. Debe integrarlo todo con el resto del conocimiento, porque una suposición rondando en el cerebro sin vincularse intelectivamente a nada es tan inútil como un libro colocado aleatoriamente en una estantería en una biblioteca o una página web sin enlaces que dirijan a ella. Esta conexión intelectual debe repetirse en cada frase del texto. Así es como el contenido de un pasaje se integra en la red de conocimientos del lector.

Esta es la razón por la que la prosa bien escrita sitúa las oraciones de relativo en voz pasiva, y la prosa difícil y enojosa las mantiene en voz activa,

La pasiva permite al escritor posponer la mención de un agente que resulta especialmente relevante, o es información menor, o ambas cosas. Veamos cómo funciona.

Una vez más, es una buena psicología cognitiva: la gente conoce algo gracias a la técnica de integrar nueva información en su red de conocimientos previa. Al espectador, al oyente o al lector no les gusta que un hecho se les arroje a la cara inesperadamente y de la nada, y tienen que mantener esa información en suspenso, en la memoria a corto plazo, hasta que encuentran un escenario relevante en el que situarla unos instantes después.

Un sintagma cargado y denso es más fácil de digerir si aparece al final, cuando la tarea de reunir todos los demás elementos coordinados ya se ha realizado y la mente ya está dispuesta a asimilar otras cosas.

«Mantén separados los sintagmas no relacionados (aunque se atraigan mutuamente)».

lectores tienden a unir los sintagmas a otros que tienen cerca, y no a llevarlos lejos en el esquema sintáctico

Aunque los escritores novatos pueden repetir una estructura oracional sencilla hasta el punto de convertirla en inútil, la mayoría de los escritores se van al extremo contrario y varían su sintaxis constante y caprichosamente. Esto puede desequilibrar al lector, llevándolo a suposiciones incorrectas respecto a las estructuras oracionales.