Consideraciones de un apolítico

No es raro que los años de la mayor capacidad de entrega también sean, al mismo tiempo, los de la mayor excitabilidad psicológica, la cual, en mi caso, aún se vio poderosamente agudizada por cierta lectura crítica; y la entrega sumada al conocimiento es,

Sin embargo, corresponde que vayan juntas, desde el punto de vista del concepto, aunque no para el amor.

, yo no era lo suficientemente alemán como para pasar por alto la profunda afinidad psicológico-artística de sus recursos con los de Zola e Ibsen: ambos eran, ante todo, amos y maestros del símbolo, de la fórmula tiránica, al igual que él, y de quienes especialmente el poeta latino, occidental, naturalista y romántico como él, aparece como su auténtico hermano en su voluntad y capacidad de adormecer y dominar a las masas... Los Rougon-Macquart y el Anillo de los Nibelungos son cosas que el «wagneriano» no piensa en forma conjunta.

. ¿Orgullo, de qué? ¿Amor, a qué? ¿Sólo a un controvertido gusto artístico? Es muy posible que haya pensado en la Piazza Colonna, veinte años después, en agosto de 1914, y en las lágrimas nerviosas que otrora, en ocasión de la victoria del motivo de Nothung, habían arrasado súbitamente sus ojos, corriendo sobre su frío rostro, y que no podía enjugar porque una aglomeración de un pueblo extranjero le impedía alzar el brazo.

Todo cuanto sé de la economía de los medios, del efecto en general —en contraposición al efectismo, ese «efecto sin causa»—, del espíritu épico, del comienzo y el fin, del estilo en cuanto una misteriosa adecuación de lo personal a lo objetivo, de la formación de símbolos, de la cualidad de orgánicamente acabada de la obra individual y de la unidad vital de la obra global, todo cuanto sé acerca de todo ello y todo cuanto de ello he intentado perfeccionar y ejercitar dentro de mis límites, se lo debo a mi entrega a ese arte

poseo de Schopenhauer el moralismo —una palabra popular que designa lo mismo que reza «pesimismo»— de mi estado anímico básico, ese clima de «cruz, muerte y sepulcro» que ya se manifestara en mis primeras tentativas, ese «aire ético», para decirlo con Nietzsche, también se encuentra en Wagner; su gigantesca obra se halla situada total y absolutamente en esa atmósfera

cuyo nombre sentimental es el de... «amor».

El de «interés», para repetirlo en forma inversa, es el nombre intelectual de un afecto

halla modernamente quebrado y desintegrado, es decorativo, analítico, intelectual, y su poder de fascinación, su capacidad innata para un efecto cosmopolita, planetario, proviene de allí. Su arte es el más sensacional de los autorretratos y de las autocríticas del ser alemán que imaginarse pueda, resulta apropiado para hacerle interesante lo alemán incluso a un asno de extranjero, y el hecho de ocuparse apasionadamente de él es siempre, al mismo tiempo, un apasionado ocuparse de eso propia

también una representación actoral del mismo, más exactamente una representación cuyo intelectualismo y cuya eficacia de cartel propagandístico llega hasta lo grotesco, hasta lo paródico; una representación que, hablando en términos sumamente crudos, por momentos no se halla completamente por encima de la sospecha de mantener relaciones con la industria turística