Por las noches, ese punzante olor a hierro la despertaba como la punta de un cuchillo afilado y entonces él la miraba como diciendo: no temas, aquí no se ha muerto nadie. Pero el consuelo no era más que un error gramatical. Aquí se está muriendo alguien, corregía ella para sí. ¿Es que no lo hueles? La mujer vivía instalada en un presente continuo donde la acción no había sido concluida pero no dejaba de suceder ni un solo instante.