Aún era muy temprano y se oía trinar de gorriones y pasos por las calles. Los seis policías y el presidente municipal se quedaron un instante inmóviles y sonrieron. El flash nunca llegó, tan sólo el ¡clic!
—Otra —ordenó el fotógrafo.
—Viene —dijo Benjamín Correa.
Media hora más tarde, en la oficina, José Daniel Fierro descubrió que desde la ventana se podía ver un árbol, como en su ventana en la ciudad de México, no era un laurel, era un ocote, pero era un árbol.
—¿Tiene pajaritos?
—¿Quién? —preguntó El Ciego.
—El árbol de aquí enfrente.
—Ha de tener, para eso es, ¿no?
JD se quedó con las ganas de anotar la respuesta de su ayudante.
Merenciano entró con una vieja tomada de la mano. Era una mujer radiante, muy morena, con dos trenzas anudadas con cintas rojas en un pelo entrecano, vestido de percal azul.
—Jefe, mi mamá dice que en la carnicería del charro de la CTM están vendiendo carne podrida.
JD se puso en pie, le dedicó un vistazo furtivo al árbol.
—¿Quién se encarga de esas cosas en el ayuntamiento?
—Tenemos un estudiante de veterinaria, aquí a dos puertas.
—Tráetelo en chinga, subjefe Barrientos.
—Carajo, cómo hay movimiento por aquí hoy