La anécdota es conocida. Preguntaron a Cecil Beaton qué es la elegancia, y respondió: agua y jabón. Que es lo mismo que decir: lo elegante es lo sencillo, lo honesto, lo de toda la vida.
La elegancia involuntaria no tiene que ver con la moda, ni con el dinero, ni con lo estético. La asocio a la persona que aporta y apacigua, a la alegría discreta, al gesto generoso. Ensancha y afina nuestro mundo. Está siempre cerca del silencio, el bien común, la paciencia, la naturaleza, la voluntad de construir y conservar.
Si la elegancia les suena demasiado pretenciosa, piensen en la gracia. Es más viva y menos solemne, y también tiene carácter e integridad. Se trata, en fin, de una cualidad escurridiza no siempre evidente, y que puede surgir en cualquier momento, si las circunstancias son las adecuadas.