Neofeudalismo inmobiliario: el problema de la vivienda y las casas vacías
En 1872, Frederich Engels escribió una serie de tres artículos bajo el título de El problema de la vivienda que, recopilados, se convirtieron en un libro fundacional y clásico.149 Con este texto, Engels estaba delimitando y conceptualizando un problema que ya era estructural y endémico de la economía capitalista. Según Engels, ni la filantropía, ni el higienismo, ni el socialismo utópico iban a resolver el problema de la vivienda. Este solo se solucionaría con la revolución social, ya que el problema de la vivienda es estructural al sistema económico del capitalismo, que se basa en la propiedad privada del suelo y en la explotación de la fuerza de trabajo. En el contexto del capitalismo, el valor de cambio de la vivienda es un elemento clave de dominio, explotación y esclavización, ya tenga el obrero que buscar la residencia por su cuenta, ya sea el empresario o industrial el que se la facilite cerca de la fábrica o el lugar de trabajo. Y ello no iba a cambiar con las propuestas del paternalismo empresarial o del socialismo utópico. El mismo Engels había dejado clara la diferencia en su texto esencial, Del socialismo utópico al socialismo científico.150 Por tanto, la explotación del trabajo va estrechamente ligada a la propiedad del suelo y al control del mercado de la vivienda.
En la actualidad, tal como ha señalado la urbanista brasileña Raquel Rolnik, las dos grandes características de la ciudad en esta época neoliberal han estado, por una parte, la proliferación de la arquitectura de las grandes firmas dedicada a la global class —los rascacielos y otros objetos proyectados por las estrellas de la arquitectura y sus secuaces—, y, por otra, la insistencia en convencer a la sociedad de la falsedad de que con la casa en propiedad y el crédito hipotecario individual se iba a resolver el problema de la vivienda y de la ciudad.151
A principios del siglo XXI, dicho problema sigue siendo acuciante en las grandes ciudades de los países desarrollados y lo es, paradójicamente, en la España contemporánea, caracterizada por el capitalismo inmobiliario y por la política neoliberal aplicada desde 1997 hasta el 2004. Basándose en la falsedad de que la vivienda era cara por la falta de suelo, en 2000 se decretó que todo el suelo era urbanizable, una liberalización que generó una transformación insostenible. Se demostró que no es la cantidad sino la calidad —dotaciones, centralidad, servicios— lo que da precio al suelo, mientras que el precio de la vivienda lo fija el mercado en función del máximo endeudamiento posible de las familias. Mientras que en la mayor parte de Europa —Francia, Austria, Finlandia, Suecia, Alemania, etc.—, a pesar del encarecimiento del precio de la vivienda, se ha intentado garantizar el derecho a una vivienda digna, con el control de los precios y la promoción de vivienda protegida adecuada al Estado de bienestar, en nuestro país, las dos legislaturas gobernadas por la política de derechas consiguieron hacer reaparecer el problema de la vivienda bajo la fórmula de la “burbuja inmobiliaria”, que empezó a deshincharse en el 2007. Este grave factor de riesgo, por el dominio del sector inmobiliario en el Estado español y por los efectos de exclusión, fue especialmente destacado en los informes que el relator de las Naciones Unidas para el derecho a la vivienda, Miloon Kothari, elaboró en 2006 y 2007.152
El problema no es que la mayoría de las personas no tengan vivienda en España —el 82 % de las viviendas, se dice, están habitadas por propietarios—, sino que la mayoría de las familias están hipotecadas de por vida y que los riesgos de exclusión aumentan. Solo los créditos para vivienda representaban el 62 % de la renta disponible en 2003 y la ratio de deuda crediticia total sobre la renta alcanzaba el 91 %. Ni se trata de que no se construyan viviendas, ya que nunca se habían construido tantas —700.000 en 2004—, sino de que un alto porcentaje están vacías, ya que son objeto de inversión o de abandono.
Debido al bajo rendimiento financiero de las bolsas a nivel mundial, la vivienda se convirtió en un festín especulativo para las inversiones tanto privadas, como de empresas y bancos. Al mismo tiempo, cada vez más población quedaba excluida, sin tener acceso a un derecho convertido en puro negocio. Las plusvalías del boom inmobiliario, que se reforzó desde 1997 hasta su estallido en 2007, han llevado a la inflación de precios de la vivienda más exagerada e irresponsable de la historia, que ha comportado un mayor empobrecimiento y debilidad de la economía de la mayoría de los ciudadanos españoles. Se puede calcular que casi el 30 % de los españoles, unos ocho millones, quedan fuera de la promoción privada y pública de vivienda, en los que se incluye el 20 % que está por debajo del umbral de la pobreza. Se trata de sectores marginados incluso de las políticas públicas, que no pueden acceder a viviendas sociales o de precios tasados.
La existencia de la burbuja inmobiliaria en el precio sobrevalorado de la vivienda era evidente. Según datos del año 2004, el Banco de España situaba esta sobrevaloración casi en un 20 % y The Economist en un 52 %. La crisis, por tanto, no ha obedecido a la escasez o al encarecimiento del precio del suelo, sino a un proceso de encarecimiento durante las últimas dos décadas, que