tumor del diámetro de una moneda de cinco centavos. Ese tumor, llamado glioblastoma, había surgido debajo de una estructura llamada tálamo, había empujado el hipotálamo y comprimido la tercera región llamada amígdala.2 La amígdala participa en la regulación emocional, sobre todo por lo que se refiere al miedo y la agresión. A finales del siglo XIX, los investigadores habían descubierto que si la amígdala se deterioraba, provocaba alteraciones emocionales y sociales.3 En la década de 1930, los biólogos Heinrich Klüver y Paul Bucy demostraron que el deterioro de la amígdala en los monos conducía a una constelación de síntomas que incluía ausencia de miedo, el embotamiento de la emoción y la aparición de reacciones exageradas.4 Las monas con la amígdala deteriorada mostraban un comportamiento maternal inapropiado, descuidaban a sus crías e incluso las maltrataban.5 En los humanos normales, la actividad de la amígdala aumenta cuando la gente ve caras amenazantes, se siente inmersa en situaciones que dan miedo o experimenta fobias sociales.