Aunque la bondad divina se diferencia de la nuestra, no es, sin embargo, completamente distinta de ella. No se distinguen entre sí como el blanco del negro, sino como el círculo perfecto de la rueda pintada por primera vez por un niño. Cuando el niño aprenda a pintar, percibirá que el círculo que ahora es capaz de trazar es el que ha estado intentando dibujar desde el comienzo.