El taller del tiempo

O sea: que eternamente dejaría morir a su hijo, por arrogancia o por incuria según dijo él mismo, y eternamente volvería a vivir, sin alterar nada, esa media hora en que, con sólo desearlo, todo hubiera podido cambiar ¿no?

no hay buenos bebedores, sino gente que no tiene problemas con la botella y alcohólicos como yo.

Lloras por fin sin escrúpulos. Lloras porque confías en que nadie te observa. Lloras porque no puedes más que llorar.

a la desesperanza de reconocer en la cámara mortuoria el cuerpo estropeado de tu único hijo, a la certeza inexorable de que ya nunca podrás dirimir tus pendencias con él, se suma la humillación de haber llegado al forense después de tu padre.

y, por un tiempo, todas las mujeres que no fueran la mía,

jugar a las carreras consigo mismo, como le gustaba hacer al Maic, era una locura suicida que yo no tenía por qué compartir ni tolerar,

en una de esas pláticas entre desiguales que no sé por qué se llaman de hombre a hombre

El cadáver de la hembra dejó de horrorizarlo. Tampoco lo conmovió el sufrimiento del macho que se retorcía entre las canicas.

Bastante lo había agraviado tener que decir perdóname sin desearlo, repetir perdóname hincado a la fuerza ante un ser implacable que decía a su vez no te oigo, habla como hombre, así me gusta.

Ahora que penosamente lo revivía, Miguel Tercero pensó que a nadie sino a él le tocaba perdonar.