Desde aquel primer día en su templo, Jacks había deseado mirarla. Había querido saber cómo sonaba su voz, cómo era tocar su piel. La siguió, escuchó su oración… aborreció su oración. Era una de las peores plegarias que había oído nunca. Y, no obstante, no fue capaz de alejarse. Quería un trozo de ella. Quería quedársela para él, para usarla más tarde.