Tú no quieres a nadie! –exclamó Giovanni incorporándose–. Nunca has querido a nadie. ¡Estoy seguro de que nunca lo harás! Amas tu pureza, estás enamorado de tu espejo…, eres como una virgencita, vas por ahí sin dejar que nada te roce, ¡como si tuvieras un metal precioso, oro, plata, rubíes, quizá hasta diamantes ahí abajo entre las piernas! Eso nunca se lo entregarás a nadie, jamás dejarás que nadie lo toque, hombre o mujer