Laura Ferrero

palabras se anclan a la vida con seguridad. Con ellas afirmamos que tenemos un mundo y que lo conocemos. Pero aquel día no las encontré.

Tú observabas el cuadro, y yo a ti. Te quise desde ese momento.

Me enamoré de una mirada que no era para mí, que era para las cosas quietas, como la belleza de los colores de un cuadro.

Mi padre y yo tenemos el mismo sentido del humor. Nos hacen gracia las mismas cosas. Utilizamos la ironía para hacer ver que está todo bien. Son códigos familiares. Cuando dos personas no están acostumbradas a hablar demasiado, es más fácil reírse. El humor es un buen aislante.

Ha aprendido a no preguntar demasiado y mucho menos cuando hay gente delante. Y muchísimo menos de dinero, aquel dios pequeño y burlón, como dice su madre, que las separa, por fuerza, de una vida completa, del zumbido sin interferencias de la auténtica felicidad

A veces, la palabra le quema en los labios y tiene ganas de llorar. Porque últimamente siente que su madre tiene miedo. Que está asustada y sola, agarrada a la barra central de un metro del que no se atreve a bajar

Amelia crece, se hace mayor, mientras avanzan por el andén

Amelia no quiere y, aunque está disgustada, incluso asqueada, sabe que su único deber es seguir agarrándola para que ella, la madre y la mujer que cree ser, se quede. Porque si la suelta, desaparecerá.

El deseo que era a la vez miedo, un temor hondo y oscuro, casi violento, que me angustiaba cuando proyectaba en aquellos discursos felices las grietas de mi propia decepción,

Me refería al momento exacto en el que sabes que estás muy cerca de alcanzar el punto de no retorno.

Me quería, creo, pero lo hacía de una manera intermitente y supongo que por eso me dejó varias veces a lo largo de los tres años que salimos juntos.