Y entonces una joven china la llamó por teléfono y estalló su pompa de jabón.
La china, en un inglés fluido, le contó que se llamaba Mei, que había obtenido su número del móvil de Manuel. Le dijo que estaba enamorada de él, que llevaban juntos cinco meses, y que no quería perderle porque se moriría.
Lucía, con una frialdad que aún no puedo creer que tuviese, le pidió que le demostrase que era cierto. Y la chica le envió dos fotos muy cariñosas de ambos, besándose bajo las coloridas luces de Hong Kong. Entonces colgó e hizo una videollamada a Manuel. Le preguntó quién era Mei, y cuando él le respondió, ¿qué Mei?, la invitó a la videollamada, Mei aceptó, y explotó el Vesubio.
Manuel le pidió perdón, le dijo que era la mujer de su vida, viajó a España en el primer vuelo que consiguió, le compró un millón de ramos de flores e incluso se presentó en Churriana implorando su perdón.
Solo una vez, solo una, Lucía tuvo dudas y me preguntó qué debía hacer. Le respondí que no podía responderle, era ella quien debía decidirlo, pero que, en mi opinión, quien es capaz de engañarte en la etapa más bonita de tu relación, no será de fiar cuando vengan los tiempos difíciles. Nunca podría haber imaginado que, poco después, sería mi relación y mi propia vida las que saltarían por los aires.