Jose Moreno

Era como si, a esas horas, sobre el silencio de la ciudad se hubiera elevado una interrogación mutilada y contrahecha, una pregunta aún no definida, aún no formulada, apenas una hipótesis, el ensueño de una pregunta. Una interrogación que no salía por ningún orificio y que, sin embargo, todos notaban entre los tejidos del pecho, entre costilla y costilla. Al respirar se advertía su presencia material en el diafragma.

nunca habían visto el mar elevándose con aquella calma olímpica, con aquella placidez casi festiva y risueña de las olas en ascenso.

En las calles escondidas de la ciudad húmeda sólo resistía la espera y una provisionalidad alevosa bajaba a desconcertar los pensamientos acribillados, y nada podía eludirla, nada excepto esa sensación desesperada y triste de que todo cambiaría.

el problema seguía allí, intacto y correoso delante de él en toda su redondez, y nada lo carcomía, ni siquiera se desgastaba la fina corteza

O sea: casi agotada cualquier capacidad de reacción, Nápoles capitulaba sin oponer resistencia a la lluvia ineluctable, como si la voluntad se hubiese devaluado o envilecido hasta extremos musgosos privados de consistencia, y la humedad dibujaba con el moho los contornos de cada piedra. Sólo quedaba preguntarse si resistirían los sillares de los muros con toda esa agua que en aquel cuarto día bajaba y bajaba exactamente igual que en los tres días precedentes y, en fin, no parecía que la ciudad tuviese la más mínima intención de reaccionar; simplemente se limitaba a absorber el agua mientras ello fuera posible, pero ése era el auténtico problema: ¿hasta qué punto se puede absorber agua?

en los pechos se ramificaba esa lóbrega interrogación apocalíptica

la provisionalidad de esa espera incierta era una flor de vidrio transparente, no un montón de esquirlas desparramadas: había, de hecho, esa bella y concreta flor de vidrio y, por otro lado, los inconexos pensamientos deslavazados que no se podían reconducir a una idea central

Y sus pensamientos se iban cada uno por su lado como chinitas al viento, pero nada conseguían trazar en el aire salvo el bosquejo de la provisionalidad, y no se puede vivir en lo transitorio, está científicamente demostrado, porque la consecuencia, tan ineludible como dolorosa, es forcejear en el vacío. Él lo sabía: el cerebro estaba trabajando por su cuenta, cierto, no descansaba: de un momento a otro fabricaría la solución

en una ciudad así no se cebará la angustia que hoy mortifica y hostiga los corazones, la negra premonición de que esta lluvia infinita viene preñada con algo ignoto, ese suceso extraordinario que aventará las semillas de los sembrados, agostará los plátanos de Vomero, cuarteará el asfalto de las calles, desgajará las piedras de Petraio y volteará el mar. En una ciudad así no habrá esa espera inhumana que hoy se ramifica por los nervios de las manos, que empuja y oprime, que intercepta cada cosa hasta detenerlo todo

Una sucesión de cambios lentos y corrosivos descuadernará esa vida de ahora, cierto.