Pero hay un gesto, en cambio, que traduce y contiene a la perfección la esencia del momento, y es que la niña gorda, en lugar de seguir a su madre mansamente hasta el interior del edificio donde atiende el endocrino, se abre paso, aprovechando una ligera vacilación de la madre, y la precede, entra primero, se precipita a su destino con la frente bien alta, en lo que quizá sea su primer gesto claro de soberanía