Ahí, por las noches, después de leerme a la luz de una lámpara de minero sus pasajes favoritos de escritores hasta entonces completamente desconocidos para mí, como Bakunin, Kropotkin, Proudhon, Saint-Simon, los hermanos Flores Magón y un tipo deslumbrante que se llamaba Prosper Enfantin, Fédor me besaba con su boca de altas temperaturas y luego exploraba con sus dedos y su lengua partes nuevas de mi cuerpo. Antes siquiera de pensarlo, nos hicimos hombre y mujer. Empecé a tener miedo de embarazarme, aunque esa idea también me provocaba una ligera embriaguez.