Alejandro Zambra

Quienes nos criamos en los terribles y eternos recitales lo aprendimos a porrazos: el poema debe romper el circuito de la soledad, aunque no haga más que hablar de esa soledad.

Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.

una desventaja, no una cualidad.

En realidad no existe la lectura silenciosa: la lectura, en sí misma, es portadora de una voz ya incluida en el silencio aparente; una voz que el silencio no consigue destruir.

Qué hacer, entonces, con la satisfacción gozosa y necesariamente bobalicona de ver a un hijo ponerse de pie o comenzar a hablar? ¿Y qué clase de espejo es un hijo

La memoria no es ningún refugio. Sólo queda un inconsistente balbuceo de nombres de calles que ya no existen.

Hace menos de una hora Julián decidió que el futuro debía comenzar. Éste es el día siguiente, pensó, y preparó café, y se lavó la cara, con especial pulcritud, refregándose una y otra vez, excesivamente, como si quisiera dañarse o borrarse.

Aquel tiempo de silencio fue un último lujo que Verónica pudo darse, un suplemento de privacidad, un espacio para construir, con dudosa calma, sus decisiones

Había dejado de amarla un segundo antes de comenzar a amarla

Es una historia de amor, nada demasiado particular: dos personas construyen, con voluntad e inocencia, un mundo paralelo que, naturalmente, muy pronto se viene abajo.